Motor de vida

Alfa y Omega

Por
Escrito en OPINIÓN el

Uno de los regalos más bellos que Dios nos ha dado, es el poder comunicarnos con Él a través de la oración. Si muchos creyentes confiáramos más en la oración y entendiéramos lo que esta significa y lo que podremos lograr; estarían las iglesias más llenas, lo haríamos más en casa, en familia y nuestra actitud sería diferente.
La oración es un puente seguro hacia Dios. Y todos quisiéramos estar más unidos a Dios. Todo depende de nuestra actitud y decisión: ya sea, avanzar, permanecer dudosos o retroceder. 
Definitivamente aceptamos el compromiso o de lo contrario Él permanecerá allí infinitamente aguardando ‘el momento’, nuestro momento. Dios es muy paciente.
Si somos humildes acudiremos al que todo lo puede en busca de auxilio o podemos seguir con falso orgullo y en nuestra soberbia y propio parecer. 
Generalmente se acude a la oración cuando hay una necesidad que produce dolor y sufrimiento. El dolor, es el límite de las fuerzas del hombre y también es el signo de la fragilidad humana. El dolor suele desesperarnos cuando no lo ofrecemos al Señor. El dolor nos debilita porque es una carga muy pesada de sobrellevar y en ocasiones acaba con nuestra fortaleza. Si somos humildes y capaces de darnos cuenta de que estamos en ‘situación de necesidad’ y que nuestros medios no son suficientes para hacerlos desparecer por sí mismos; es el momento propicio de mirar al cielo, de elevar nuestro corazón y nuestra mirada y llamar con insistencia al padre del amor y de la misericordia.
Entre nuestro grito suplicante y el corazón de Dios, no hay distancia que nos parezca lejana, se vuelve cercana y nos da seguridad y paz. Dios espera nuestra llamada y entonces Él se hace presente.
Podríamos quedarnos asombrados ante los milagros que Jesús hizo, su personalidad humana y divina, su comportamiento ante los más humildes, su enseñanza, pero lo que más llama siempre la atención fue Su oración constante y permanente ante el Padre.
En el desierto, en las montañas, de noche y de día, en todo momento, Jesús tenía fija la mirada y su corazón en el encuentro con el Padre. Observemos en los evangelios, que Jesús al realizar algún milagro, había momentos ‘previos’ de oración. Sus milagros eran posteriores a la fuerza que le daba la oración. La oración entendida como el puente entre la pobre debilidad humana y la omnipotencia y magnificencia de Dios. 
Si oramos, si somos lo suficientemente humildes para hacerlo, Dios nos dice: "¡Aquí estoy!, el don de orar es algo que viene con nosotros desde siempre porque fuimos hechos a su imagen y semejanza.
Antes de terminar nuestra oración, Él nos responderá. Pero este encuentro debe crecer y alimentarse con el aprendizaje, con el hábito repetitivo día a día, sin cansancio, sin desmayos y sin pretextos. Porque suele pasarnos que muchas veces el entretenimiento que nos proporciona la televisión, la computadora, las salidas sociales o cualquier otra vanalidad nos absorbe y entonces la oración queda en un segundo, tercer o cuarto lugar y solemos darle prioridad a lo que podemos ver y sentir en el acto, y no a las cosas de fe. 
Jesús nos enseñará la verdad y nos iluminará el poco entendimiento que podamos tener para que recibamos su palabra y su voluntad.
Ya que solo si tenemos confianza sabremos perseverar. Jesús jamás defrauda y cuánto más insistamos y lo llamamos, a veces más se hace esperar para probar y comprobar nuestra fe.
En la oración no deberíamos buscar respuestas, porque Dios ya es la respuesta y sabe de antemano lo que necesitamos. Podemos hablar, podemos estar en absoluto silencio, podemos rezar oraciones, podemos llorar, pero nunca dejemos de decirle que necesitamos de Él. Jesús vino especialmente por cada uno, y quiere sentir que lo amamos mucho como para confiar en Él. Si confiamos, si perseveramos en buscarlo todos los días de la vida, cada encuentro, cada instante será como una luz en la oscuridad, sea cual sea la situación preocupante y asfixiante en la que nos encontremos.
Demos prioridad a la oración en todos los actos y proyectos, aunque no sean tan importantes. Tengamos unos minutos, horas, suficiente tiempo para orar ante el Señor y digámosle todas nuestras preocupaciones y necesidades.
Pidamos sabiduría para el caminar diario. Hay que llamar, pedir, no temamos aburrir al Señor, ya que por la perseverancia encontraremos lo que estamos buscando. Porque cuando Dios quiere algo de nosotros, lo primero que hace es inspirarnos a que se lo pidamos. Nos da el deseo, el impulso que nos hace pensar en lo bueno que sería hacerlo, el bien que nos haría a nosotros y a los demás más allá de nuestras fuerzas.
Podemos también entrar en oración mirando detenidamente el altar de la Iglesia donde Cristo se nos da como pan bajado del cielo, mirando las velas, el cáliz, frente a una imagen, haciendo una oración, lectura, un momento de silencio, una petición, un canto. Dios mismo enseña a orar a quienes lo buscan.
No entra a fuerzas en un alma; llama a la puerta y discretamente pide permiso para entrar. Por medio de la oración lo invitamos a entrar. Para aprender a orar hay que mirar a Cristo. 
 La oración como Jesús es en favor de todos. En realidad uno no ora para ser el mejor sino para que Dios se manifieste mejor.