"Dios vino en pobreza y en debilidad y los suyos no lo reconocieron ni lo recibieron". Este viaje es una epifanía, una manifestación de Dios.
La vida del creyente es también la historia de un viaje, un viaje al encuentro con Dios. Si Dios viene a mi encuentro, yo también tengo que salir a su encuentro.
No basta que digamos qué suerte tuvieron los tres Magos de Oriente en encontrar al Niño Jesús. ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido para ir a adorarlo? Nuestra vida debe dirigirse a esa búsqueda y ese viaje hacia Dios.
Búsqueda a pesar de las dificultades del camino, a pesar de que la estrella se esconda, a pesar de que la vida no nos sonríe, a pesar de las decepciones, de las traiciones y los escándalos... Los Magos tuvieron que hacer un largo viaje, la cita era en Belén, con el rey, el pastor de Israel, con un niño recién nacido.
¡Qué suerte la de los tres reyes guiados por la estrella! ¡Qué suerte la de Jesús que le ofrecieron oro, incienso y mirra!
Los magos que no tenían ni los profetas, ni las promesas, ni las tradiciones, ni la esperanza de un Mesías... se pusieron a viajar en busca de Dios.
Los magos, unos extranjeros, vinieron a enseñar a los judíos, los herederos, que el Salvador ya estaba entre nosotros.
Los judíos, los sacerdotes, los escribas, Herodes... siguieron estudiando la Biblia, pero no se pusieron en camino. Nunca hicieron el viaje al lugar de la cita, a Belén, a la cita con Jesús.
Los profesionales y los funcionarios de la religión no encontraron al Dios de la vida. Su libro santo no les sirvió de nada. Más tarde los funcionarios de la religión rechazaron y mataron a Jesús y a sus seguidores.
Nosotros tenemos que viajar al lugar de la cita del amor y con el amor. Hay que viajar y preguntar el camino como los Magos y no descansar hasta encontrar al Rey. Hay que viajar, sin regresar a los Herodes que quieren matar el amor que llevamos todos dentro.
Hay que viajar, ahora que vemos la estrella. Hay que viajar sin maletas, sin regalos, con el corazón abierto para adorar a Dios.
"Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo".
Nuestra fe no es una propiedad privada. Somos parte de una comunidad: la iglesia y nosotros viajamos en caravana. Nadie viaja solo. Nadie se salva solo. Todos necesitamos una estrella que nos guíe: un consejo, una palabra de ánimo de los hermanos, estudiar las escrituras, preguntar...
Todos estamos en diferentes etapas del viaje: los viejos buscadores y los novatos, los que dudan, los que pecan, los que tienen un problema como Herodes, los que saben todo como los escribas, los que caminan rápido y los que caminan lentamente... Lo importante es alcanzar la meta y contemplar el rostro del Mesías. ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a viajar?
La palabra de Dios nos enseña que Jesucristo no es el Salvador para uno solo sino un Mesías y Salvador para todos. En Cristo la salvación es universal. ¡El cuarto rey podemos serlo cada uno de nosotros!
Los Tres Reyes Magos sabían que era importante seguir la estrella, era su búsqueda personal, su gran oportunidad de encontrarse y adorar al
Rey de Reyes. No basta conocer la biografía del Niño Jesús. La fe no se hereda como las cosas terrenales.
Cuando nuestros tres reyes llegaron a Jerusalén sabían que estaban en el lugar correcto pero no encontraban el lugar exacto. En aquel entonces no había ‘gps’ para una pronta localización... pero preguntaron a los expertos y lo encontraron. Preguntaron y recibieron. De nuevo se pusieron en camino y la estrella volvió a brillar.
En el viaje de la fe hay muchas personas que nos pueden ayudar si somos atrevidos y sabios para preguntar. No lo sabemos todo. Todos somos ignorantes en algunas cosas, todos necesitamos de los demás y en el terreno de la fe necesitamos toda la ayuda que los demás y Dios nos pueden brindar. Aceptémosla con humildad y sigamos nuestro viaje hasta el final.
Los reyes ofrecieron al bebé sus regalos. No nos fijamos en lo que recibieron. Buscan un rey y se encuentran con un establo, un carpintero, una pobre mujer y un niño. Nada espectacular a simple vista. Pero lo aceptan ya que la estrella que han seguido fija en el cielo, apunta al establo. Aceptan el signo de Dios e ignoran el resto.
No esperemos ni la alfombra roja ni una salva de 21 cañonazos, Dios se manifiesta en los aspectos más cotidianos de la vida.
Arrodillémonos junto a los Reyes Magos, ante la cuna de Cristo Rey... el Niño nos sonríe como a los Magos. Este bebé es delicado y débil, descansa sobre las pajas del pesebre. Pero es el Libertador que nos sacudirá del yugo de satanás, crecerá, trabajará, predicará y subirá al calvario para derramar ahí toda su sangre. ¿Qué daremos al Hijo de Dios por todos los beneficios que nos ha dado?, ¿qué tributo de amor le vamos a entregar? No nos pide ni oro, ni incienso, ni mirra, sino lo que eso significa: Nuestro propio corazón, aunque sea tan mezquino e ingrato.
Hoy seguimos buscando aquellos caminos de justicia y liberación que nos permitan celebrar con José y María, con los pastores, con los reyes. Muchos no lo pudieron ver, no lo pudieron sentir, tampoco escuchar, el ruido de las plazas, los negocios en el templo o la comodidad de la ciudad, no les permitía prestar atención a semejante acontecimiento.
Pero hoy... ojalá que cada uno de nosotros, como los magos, ofrezcamos al Señor regalos conformes con nuestra dignidad: como la sensatez de reconocerlo como Dios, de adorarlo como se merece, de cumplir con lo que nos pide y de ofrecerle nuestro amor en las obras. Hoy, ojalá que sí veamos la estrella brillar...