OPINIÓN

PAN, PRI, PRD, este sábado en su última aventura aliancista en su desesperación por evitar el final

Rumbos

Mario Rivas, columnista.
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NO LES QUEDA DE OTRA, NECESITAN LA ALIANZA y deben aferrarse a ella. Sus desamores ya se dirimirán en otra ocasión. Vendrán mejores tiempos. Seguro que vendrán. Hoy, por hoy, todos los partidos de oposición se unirán en un esfuerzo común, con un enemigo común.

PAN, PRI, PRD, van en pos de lo que pudiera ser su última batalla. No hay de otra.

Sin embargo, esto no los hará mejores como partidos ni como individuos. Lamentablemente sus peores adversarios se encuentran en sí mismos. En ellos mismos.

Morena es otra cosa.

Ha nacido como el producto de una extraña genealogía que bien a bien nadie ha podido descifrar.

Morena es lo mejor y lo peor de un pasado del que nadie quiere acordarse pero del que no pueden prescindir. El neoliberalismo, el conservadurismo, lo retrógrados, los liberales. Especies extintas que el presidente AMLO se empecina en mantener vivas.

Es lo que OCTAVIO PAZ llamaría la “fantasía del horror”.

¿Se imaginó usted en algún momento de frenética calentura que vería el derrumbe del poderosísimo PRI, hecho pedazos dispersos en la calle de su peor amargura?

Mis fantasías no llegaron a tanto.

En algún momento —hace casi 40 años— concebí la ilusión de que aquel casi omnímodo ente político llamado PRI, sería derrotado en lo que imaginaba un fracaso electoral “regulado”.

“Sí, él perdería las elecciones de Chihuahua y de Sonora pero solo en algunas plazas importantes. Les vamos a dar lo que convenga y nos quedaremos con las plazas históricas”, habría calculado un delegado priísta enviado por el CEN y operar tan “delicada comisión”.

Primero fue en Sonora. 1979. Gana el panista ADALBERTO ROSAS LÓPEZ la alcaldía de Cajeme. Acción Nacional triunfa en tres distritos locales, en uno federal (para CARLOS AMAYA RIVERA), más los triunfos panistas en otros municipios de Sonora, incluyendo el de Agua Prieta.

Fue la primera vez en que creí que el “odiado enemigo”, el PRI, sería eliminado de la palestra política.

La verdad sea dicha, no fue sino un sueño de una noche de verano.

Adalberto, hizo un Gobierno Municipal con un estilo populista que los panistas ortodoxos no miraban con buenos ojos. El ‘Pelón’ los tenía confundidos. Por una parte, lo consideraban uno de los suyos. ¿Cómo no tenerlo en alta confianza si se la había jugado con los productores agrícolas durante la expropiación agraria de 1976?

Los que creían en él, lo asumían ciento por ciento suyo.

Nadie le dedicaba unos minutos a reflexionar sobres los orígenes de Rosas López. Traía la sangre de MAXIMILIANO R. LÓPEZ y de ANITA LÓPEZ.

Adalberto era un líder de pies a cabeza. Pero no era propiamente un populista. De hecho, era iniciativa privada pero amaba a los pobres.

Déjeme decirlo: no recuerdo si en alguna ocasión escribí de mi relación con Adalberto en los términos confidenciales que se pueden afirmar de una amistad tan complicada como la que me unió a él.

Si ya lo hice, bueno, así se va.

De cualquier forma, se lo cuento ahora: concretamente yo conocí a Adalberto Rosas López entre marzo y abril de 1979. Yo editaba un modesto semanario con un nombre bastante presuntuoso: “Tiempo Nuevo”. Tiempo Nuevo se editaba en una humildísima imprenta que ni siquiera daba para el tamaño tabloide. Era doble carta. Pero yo me sentía orgulloso de ser su dueño. SERGIO CASTRO GAXIOLA era el impresor. El mecánico. El técnico. El todo. El semanario éramos él y yo. Y el futuro, para nosotros, se veía muy sombrío.

Adalberto gozaba del respaldo de los agricultores afectados con el ramalazo del 76.

Pero don FRANCISCO OBREGÓN TAPIA, tenía el apoyo de la poderosa maquinaria priísta. Nadie daba un centavo por el panismo ni por sus candidatos.

Hasta entonces, yo había sido un leal simpatizante del PRI. Admiraba las raíces históricas del partido creado por PLUTARCO ELÍAS CALLES.

Me gustaba polemizar sobre las conquistas logradas por los gobiernos priístas. No me gustaba, nunca me convenció, la doctrina socialista-comunista. Pensaba yo que en el PRI cabían todos.

Hasta principios de marzo de 1979, yo sentía una cierta simpatía por Adalberto. Honestamente no creía que pudiera derrotar a don Pancho. Pero muy en el fondo de mí, abrigaba la posibilidad de que en esa elección se diera el “milagro” que muchas personas le pedían a la Divina Providencia.

Yo estaba por conocer a ARL. Pero no lo sabía.

Una tarde de marzo del 79, la Multilit se “atascó” y fue una tarde de mucho papel “revolución” echado a perder. Bultos y más bultos de papel se perdieron. Y con ello, se fue al caño nuestro precario presupuesto para esa edición. Sergio Castro paró la máquina y esperó a que se le enfriara la cabeza a ver si la podía arreglar.

En esos momentos tocaron a la puerta. Tere, la secretaria, abrió y entonces le vi por primera vez.

Llegó solo. En la mano tenía un bonche de tarjetas de presentación para regalarle a la gente.

--Buenas tardes, soy Adalberto Rosas López y quiero ser presidente municipal de Cajeme— nos sorprendió.

Sentados sobre cerros de papel periódico, esa tarde realicé la mejor entrevista que hasta entonces había hecho. Su encabezado no decía mucho, pero para mí era algo que me enorgullecía.

Cuando circuló la edición de esa semana, la gente del PRI me veía diferente. Ya no minimizaban mi trabajo. Si acaso, algunos colegas se atrevieron a reprocharme con expresiones como estas: “¡Qué hiciste, Mario! ¡Ya te llevó la ch…”! En la portada de “Tiempo Nuevo”, se podía leer: “De niño yo pizcaba Algodón: Adalberto Rosas”.

Eran alrededor de las 7 de la tarde cuando arribé a las oficinas del PRI municipal, casi en la esquina de Miguel Alemán y No-Reelección.

Desde su lugar, de pie junto a su escritorio, se oyó la voz belicosa del delegado estatal del PRI para la elección de Cajeme, SALVADOR ROBLES QUINTERO, mejor conocido como “El Brujo de los 11 Ríos”.

--¿Y qué con que de niño pizcara algodón? Yo daba bola y vendía gorditas que preparaba mi mamá y yo las vendía en la terminal de tranvías de Culiacán— dijo, irónico.

El PRI me cerró las puertas en esa ocasión. Pero SAMUEL OCAÑA se negó a refrendar el arrebato democrático de don ALEJANDRO CARRILLO MARCOR. A partir de entonces, la debacle del PRI fue imparable. Perdía, ganaba, volvía a perder. Y finalmente casi la extinción.

Yo volví a mis querencias con el PRI.

Y cuando el colapso se tornó cruel realidad, a nadie le importaba maldita la cosa.

Hoy, el PRI es víctima, en su agonía, de la codicia y la crueldad de quienes son culpables de su tragedia.

Le quedan cuadros jóvenes de gran valor. Pero los políticos maleados no los quieren. Es como si la honestidad y la popularidad de esos jóvenes militantes les lastimaran la cara, los ojos. La conciencia. El caso más lamentable de sevicia humana, se observa en Cajeme. Los viejos les cierran el paso a la sangre nueva. Saben que el desprestigio se lo deben a esos individuos manchados de dinero y de corrupción, y se sienten ofendidos cuando alguien les echa culpas al rostro.

Pues sí: nunca creí que lo verían mis ojos.

Pero sucedió.

Es todo. Le abrazo.

m.rivastribuna@gmail.com