Dijeron que harían historia: ¿Será?

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Escrito en OPINIÓN el

Actualizando al historiador Gastón García Cantú: “reconocemos que en 210 años, los mexicanos combatimos once años por nuestra independencia de España; 35 años por establecer las instituciones republicanas; asedios de Europa; la segregación de un vasto territorio, el de Texas; una guerra de conquista, cuyo resultado fue que nos arrebataran más de la mitad de nuestro territorio; tres años de lucha civil por hacer respetar una Constitución liberal; cuatro años de intervención de Francia; dos dictaduras durante 34 años: en dos períodos de Santa Ana,31 años de Porfirio Díaz; y más de 100 invasiones armadas, despojos y agravios de los Estados Unidos”. Aparte los golpes de Estado: uno contra Madero en 1913, otro contra Carranza en 1920.

En 210 años hemos tenido 15 instrumentos constitucionales y nos han gobernado una regencia, una junta provisional, un imperio –el de Iturbide; el de Maximiliano jamás lo fue, como tampoco la regencia de arzobispos y generales que le antecedió, porque Juárez era presidente de la República—, un supremo poder conservador y 66 presidentes”.

Viene a colación lo anterior porque en todas las circunstancias mencionadas hubo resistencias, batallas, oposiciones y reacciones propias de una nación con semillas de democracia y con profundas diferencias en la manera de pensar y concebir el mundo…Y la República.

Dicho lo anterior, porque el grupo político que llegó al poder en julio del 2018 pretende reinventar la historia de México y /o añadirle un nuevo capítulo con lo que serían sus propias aportaciones. Se auto-nombran “La Cuarta Transformación” Sin un nuevo proyecto de nación.

Las insistentes versiones de una cuarta transformación (sin definición) para la República, de tanto anunciarla sin aclararla, y de tanto utilizarla para justificarse, han terminado por desgastarla y confundir más.

Ni el gobierno ni su partido se han ocupado con seriedad de definir en qué consiste tal transformación. A lo más que han llegado es a tratar de inducir definiciones kelsenianas sobre los tipos de ciudadanía que se generaron en México por las transformaciones revolucionarias ocurridas en los siglos XIX y XX, como lo pudiera hacer cualquier estudiante de Derecho o Historia en sus primeros semestres.

Pero hasta ahí para fundamentar las primeras tres transformaciones y hacer una analogía de lo que sería una cuarta transformación, ubicándola al nivel de las otras tres, y dándole un lugar en la historia que todavía no han construido, por que dijeron que “juntos harían historia”.  (sic)

Otro concepto es el de las “resistencias al cambio”. Los voceros oficiales no se cansan de hablar del tema, como si los cambios anunciados por el nuevo gobierno realmente fueran encaminados a combatir intereses creados o a vencer resistencias históricas, como en su tiempo lo hicieran presidentes de México de la talla de Juárez, Cárdenas y Madero, entre los transformadores auténticos de la historia.

Al multiplicar el lenguaje, y las menciones de las “resistencias al cambio”, la receta la aplica el gobierno lo mismo para la escasez de medicinas, o para la violencia, o para no aplicar la ley contra los tomadores de carreteras, casetas, o vías de tren, o a los problemas del subejercicio presupuestal, a las críticas por las compras y licitaciones del gobierno. El nivel ha caído muy bajo.

Quizá porque omiten distinguir entre lo que pudieran ser “resistencias al cambio”, por decisiones públicas aplicadas a algún sector que protesta y por las críticas legítimas y libres de la población por malas o desacertadas decisiones del poder público, sea por inexperiencia, ineptitud o novatez; como por ejemplo las guarderías, el Seguro Popular, la cancelación de obras o por nombramientos equivocados o fuera de la legalidad.

¿Cómo reaccionarían desde el poder si se les presentaran resistencias reales, poderosas, como las que sus antecesores enfrentaron?

Resistencias como las que se dieron en 1810, con España y sus agentes locales; en 1824, con la Iglesia y el ejército, que exigían su parte en la lucha; en 1857, con el clero que resistía a través de una parte del ejército el diseño y aplicación de una nueva Constitución; y en 1910, con los cacicazgos políticos y económicos que sostenían al régimen porfirista. Hubo resistencias históricas (del viejo régimen) también al gobierno de Francisco I. Madero por parte de fuerzas políticas y económicas —incluyendo al embajador de los EE.UU.— que acabaron por derribarlo y desencadenando su asesinato.

Las resistencias de Emiliano Zapata en Morelos, y Pascual Orozco en el norte del país, fueron por la tardanza de Madero en aplicar las políticas agrarias que había comprometido con ambos personajes.

Posteriormente, y ya con una nueva Constitución y en el poder, Carranza enfrentó resistencias  por querer imponer candidato presidencial contra la voluntad de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Carranza no terminó su período y fue asesinado en mayo de 1920.

Ya como presidente, Obregón enfrentó las presiones del gobierno norteamericano para que no aplicara a cabalidad la nueva Constitución de 1917, donde a EUA le dolía: petróleo, minería y propiedad agraria.

Una resistencia muy fuerte contra el gobierno federal, que incluso desató una guerra civil en el centro y sur del país, con más de 5 mil muertos, fue la de la iglesia católica por las intenciones del gobierno de cerrar templos y aplicar las nuevas disposiciones constitucionales.

Esas resistencias y otros conflictos por el poder político, abonaron el clima para el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón, en 1928.

El presidente Lázaro Cárdenas enfrentó fuertes resistencias por su política obrera,  por declarar socialista la educación pública,  por los repartos agrarios y por su política petrolera.
Posteriormente han sido materia de resistencias: La implantación del libro de texto, los repartos agrarios, algunas reformas Constitucionales, las políticas de población y las relaciones con las iglesias, los movimientos guerrilleros y el EZLN, los conflictos post-electorales y las graduales alternancias políticas estatales y municipales.

Tanto avances como retrocesos en la historia de México, han costado vidas, sangre y batallas duraderas. Nada nos ha sido fácil.

La independencia tardó más de 10 años en serenarse, y tuvo su primer presidente constitucional hasta 1824, la Reforma y sus cruentas batallas que iniciaron antes de 1857, culminó con la claudicación conservadora apenas 10 años después, primero con el fusilamiento de Maximiliano y en 1867 con la restauración de la República.

Oficialmente la Revolución mexicana inició en 1910, pero tuvo su primer gobierno estable —después de cruentas batallas— hasta la presidencia de Obregón, 10 años después.

El gobierno actual, ha tratado de engrandecer la “hazaña” de haber ganado las elecciones del 2018 como si hubiera sido una revolución o la toma del poder fuera de los cánones acostumbrados por décadas.

Creen que con solo haber ganado en las urnas la sociedad cambiaría en automático, las crisis empezarían a amainar y la corrupción desaparecería como por arte de magia. ¿Una nueva versión del romanticismo al poder?

Ganaron porque el sistema electoral que ellos ayudaron a consolidar resistió presiones políticas y turbulencias jurídicas y administrativas, que muchos temían no acabaran bien en la elección del 2000. El mismo grupo que llegó al poder en 2018 fue el que impugnó en 1995 la presidencia de Ernesto Zedillo, convocando a un “gobierno de salvación”. Después dijeron que se requería de una “Nueva Constitución” y son los mismos que instalaron un “gobierno paralelo” en 2006 cuando acusaron al INE y a Felipe Calderón de haberles robado la elección de aquel año. En 2012 volvieron a hablar de fraude y acusaron a una televisora de haber impuesto presidente. Ha habido de resistencias a resistencias y de eso, el grupo en el poder sabe mucho. Su problema ahora es que no cuenta con herramientas para construir la nueva historia porque tanto sus ideas y concepciones, como su propio partido, han entrado en crisis y no saben por dónde empezar. Carecen de los elementos políticos y de un buen diseño jurídico y administrativo del nuevo Estado como en su tiempo lo hicieron los verdaderos reformadores de México. Ahí su dilema.

bulmarop@gmail.com