OPINIÓN

La muerte, a fuego cruzado, del exdiputado Alfonso Robles Contreras, debe hacernos reflexionar a todos

Rumbos

Mario Rivas, columnista.
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SUCEDIÓ, QUIZÁ, A FINALES DE los ochentas. O tal vez un poco antes. Un viejo amigo mío y yo, desayunábamos en el comedero del Hotel Gándara, de Hermosillo. En algún momento, me sorprendió con esta revelación:

--¿Sabes a donde fui ayer en la tarde? Fui a una ceremonia en la Universidad de Sonora organizada por el director de la Facultad de Derecho, el ‘Pajarito’ Valdez.

--¿Pajarito? ¿Y eso?

--Así le dicen de cariño, es muy izquierdoso pero es muy buena persona y lo quiere mucho la comunidad universitaria. Fue la graduación de los estudiantes de Leyes y lo espectacular fue el padrino.

--¿Por qué?

--Porque resulta que los muchachos convencieron al ‘Pajarito’ Valdez que el padrino fuera un famoso narcotraficante, que dicen ya está en retiro.

--¿Cómo así?

--Como te lo digo. Él vive en una población del norte con su esposa y sus nietos. Es un hombre respetuoso y cuando le preguntan por qué se dedicó al tráfico de drogas, siempre responde: “Yo no le hago daño a nuestros jóvenes de México. Solo aventamos la droga al otro lado de la línea.

--¿A quién se lo dijo?

 --A un periodista que se le acercó en el auditorio. ¿Por qué he mencionado esta lejana anécdota? Porque, en efecto, hace treinta, cuarenta años, cuando en las ciudades de este país no ocurrían ejecuciones todos los días generalmente de persona jóvenes y de condición humilde, como ahora. La gente del pueblo cantaba corridos de celebridades del narco. Muy de vez en cuando era asesinado un capo de las drogas. Y cuando esta ocurría, el trágico episodio no era olvidado. Al contrario, el corrido cobraba fama y con ello la figura del capo asesinado se convertía en leyenda.

Hoy recuerdo aquella incidencia del anciano narcotraficante en retiro, mostrándose al público con su familia en un auditorio universitario apadrinando a una generación de egresados de la Facultad de Derecho.

De él, se decía que era un hombre bueno. No se le conocían crímenes de alto impacto como se dice hoy de los asesinatos brutales que se ejecutan cada día en cualquier ciudad de la República.

La historia de la evolución de esta actividad, registra que en algún momento de la década de los noventas, un famoso capo “inventó” el sistema de las “tienditas” en la Ciudad de México. Este modelo de venta al menudeo de drogas, se extendió al interior del país y por algunos años las “tienditas” pasaron a llamarse “aguajes” y hoy se les conoce como “tiraderos”.

En este sinuoso camino las nuevas generaciones ya no conocieron sucesos en los que un capo famoso era asesinado y se le sepultaba con su correspondiente corrido. Otro estilo de violencia inundó las calles de pueblos y ciudades de muertos. Se iniciaban las batallas sangrientas entre grupos de narcomenudistas.

Dejaron de pelear entre capos y la guerra entre bandas se trasladó a los grupos de “tiradores”. Desde entonces y salvo en algunas excepciones, los muertos son jóvenes empobrecidos que pagan con su vida la oportunidad de alcanzar una vida menos mediocre y paupérrima.

Hoy, los que se matan son los de abajo. Los de arriba, suelen vivir muchos años más.

Este tema, dilecto amigo, no es casual. Lo visualicé desde la tarde del jueves cuando ya había abandonado mi refugio de trabajo. Me dirigía al descanso tempranero. Y entonces, me sobresaltó el ruido del celular.

--¿Ya enviaste tu columna, amigo?— se oyó apremiante la voz del otro lado del teléfono.

--Sí, hace unos minutos. ¿Por qué? ¿Pasó algo importante?

--¡Sí, hombre! Asesinaron en Magdalena al exalcalde Luis Alfonso Robles Contreras.

--¿Andaría mal el señor?

--No, para nada. Era un buen hombre. Gente de trabajo. Era ingeniero. Tenía su oficina por allí cerca de la caseta de cobro.

Quedó en medio de una balacera entre narcos cuando venía llegando de Nogales. En ese momento recordé al ingeniero. Fue compañero de gestiones en Sonora y en la Ciudad de México, de FAUSTINO FÉLIX CHÁVEZ. Fue cuando los dos eran alcaldes de sus respectivos municipios y un grupo de munícipes, encabezados por el Tino, lo propuso para que fuese presidente de los alcaldes priístas de Sonora.

‘Poncho’ Robles —así le decían— era magdalenense cercano a la gobernadora CLAUDIA PAVLOVICH ARELLANO. En las elecciones de 2000, fue candidato a la alcaldía de Magdalena de Kino, y perdió. Tres años después, compitió de nuevo y ganó. En 2015, volvió a contender por la Presidencia Municipal, y triunfó. Y en el 2018, intentó la reelección y lo arrasó la ola lópezobradoritas.

Ignoro si aceptó el cargo de regidor que, por ley le correspondía.

Poncho Robles fue una víctima inocente de la violencia que “baña” de sangre al país. Él quedó, literalmente, atrapado en el fuego cruzado. Como él, murió otro civil, amén de los dos sicarios y dos más heridos.

Ayer mismo un amigo me platicaba que en las redes sociales estaban informando de cuatro asesinatos en distintos puntos de Ciudad Obregón, además de una mujer que fue localizada muerta flotando en las aguas del Canal Bajo.

De hecho, CÁSTULO RAMÍREZ GARCÍA, mi amigo de tantos años, radicado en Mérida, Yucatán desde más de veinte años, me platicaba que en Benjamín Hill, Sonora, se había registrado otra ejecución.

En Sonora no hemos llegado al clima de violencia que registra en entidades como Michoacán, Guerrero, Ciudad de México, Edomex, Oaxaca, Tamaulipas, Chihuahua y otras.

No, no estamos así. Pero están elevándose los niveles. ¡Ojo chícharo!

¿En qué terminó mi charla con aquel amigo en el restaurante del Gándara?

Yo le pregunté, para finalizar, si en la ceremonia de graduación y con el “padrino” presente, se había registrado algún incidente.

--No, un incidente propiamente no. Lo que hubo fue una ausencia: la silla donde debía sentarse el gobernador Samuel Ocaña, estaba vacía.

En fin, así las cosas.

DE AQUÍ, DE ALLÁ Y DE MÁS ALLÁ

DÉJEME DECIRLO: A VECES LA MEMORIA puede ser muy frágil. A mí me pasó con el deceso de YOSHIO, cuyo nombre era GUSTAVO NAKATANI ÁVILA… --¿Cómo que no te acuerdas de él?— me preguntaron…

Y la verdad sea dicha, no recordaba nada de él. Ni sus actuaciones, ni sus interpretaciones, ni sus inicios… Nada, absolutamente, nada… No fue sino hasta en la madrugada del día siguiente que, entre sueños, escuché la voz del conductor del noticiario, mencionarlo al mismo tiempo que pasaba al aire la canción con la que participó en el Festival OTI, de 1981, titulada “Lo que pasó, pasó”…

Entonces le recordé. No solo a él, también recordé a RAÚL VELASCO, y a la propia PATY CHAPOY, que en el programa más importante e influyente del medio artístico en América Latina, tenía un segmento que si no recuerdo mal, se llamaba “En el Centro del Espectáculo”…

Sí conocí a Yoshio, le escuché cantar y lo hacía muy bien, por alguna razón que no alcanzo a comprender, su imagen se desvaneció en mi memoria…

De hecho, cuando se confirmó que estaba contagiado del coronavirus, no le di importancia. Oí su nombre pero no me llevó a ninguna parte…

Tengo, para mí, que en los días por venir, deberé compartir con mis dos que tres lectores, algunas reflexiones que me han provocado esto meses de pandemia y sus consecuencias existenciales en una buena parte de la sociedad…

Para los de mi generación —que es la de YOSHIO— la vida ha cambiado y seguramente jamás volverá a ser igual…

Uno de estos días…

Es todo.

Le abrazo.

m.rivastribuna@gmail.com