OPINION

Repensar la reestructuración del PRI

Observatorios Urbanos

Jorge Fernando Beltrán Juárez, maestro en Ciencias Sociales por el Colegio de Sonora Créditos: Tribuna
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En 1998 José Crespo planteaba una interrogante que a su vez daba título a su mismo trabajo: ¿Tiene futuro el PRI? Aquella interrogante hoy parece cobrar más fuerza y de forma vertiginosa, puesto que el partido de la revolución camina al desfiladero. Su tropiezo en las elecciones del 2000 y su entrega de estafeta al PAN por dos sexenios lo posicionaron como segunda fuerza, donde surgieron dudas importantes sobre su continuidad, aunque éstas fueron disipadas con el retorno del PRI a los Pinos con la figura de Peña Nieto en un triunfo contundente. Sin embargo, el retorno del priismo a palacio nacional sólo duró lo que un parpadeo, pues si bien el discurso inaugural en la toma de posesión avizoraba cambios profundos con las reformas estructurales en materia energética, educación, y seguridad, entre otras. Éstas terminaron por ser eclipsadas por los escándalos marcados por la corrupción y la crisis de seguridad que tuvo un incremento notable, sólo disminuida por el bombardeo de publicidad gubernamental. Al final, la conjugación de una serie de fenómenos de corto, mediano y largo plazo, terminaron por ser los mismos que sacaron al partido de la revolución del ejecutivo federal.

En este tenor, a diferencia de 1998, año en que se publicó el libro de Crespo, hoy el partido de la revolución se encamina al precipicio sin una posibilidad clara de retorno, al ser superado por otros partidos políticos. Como constancia de la situación basta con mirar los números de las últimas elecciones, las del 7 de julio, donde Morena alcanzó en la Cámara de diputados federal 190 curules, seguido del PAN con 106, mientras que el PRI se colocó como tercera fuerza al alcanzar sólo 63 diputaciones, lo que lo ubica más cerca de partidos bisagra como el Verde Ecologista, quien llego a 40 escaños, que como una fuerza decisiva por sí sola, como en antaño. Apuntalando el desplazamiento del PRI también puede observarse el tema de las gubernaturas, donde perdió estados como Sonora, quedando ahora sólo al frente de 4 entidades, que son: Coahuila, Estado de México, Oaxaca, y Quintana Roo.

Estos resultados, donde se difumina la figura del PRI, han llevado a hablar de su desaparición, pero también ha abierto interrogantes, como: ¿qué pasara con el partido?, ¿qué se hizo mal?, ¿qué se dejó de hacer?, ¿quién debe estar al frente?, ¿cuáles deben ser las estrategias en los procesos electorales?, ¿qué se debe de hacer para volver a obtener la confianza de la población? entre otras cuestiones. Naturalmente, y cómo consecuencia lógica, las múltiples respuestas a las interrogantes llevan a la conclusión de una necesaria reestructuración, sin embargo, la complicación de la reforma interna está en cómo se tiene que llevar a cabo y cómo ejecutarla, o qué es lo que se tiene que reformar.

En esta reestructuración, el partido parecería tener práctica, pues si bien desde una perspectiva general se le observa como un bloque político en la perspectiva histórica, su composición es heterogénea y resultado de mismos procesos de reformas internas y externas, como lo señala Reveles. La diferencia, es que hoy en día, el contexto no le favorece, no sólo por las críticas de sus detractores, quienes otorgan calificativos poco favorables al partido, relacionadas por prácticas virulentas de antaño. A esa situación se suma, que hoy tiene que ejecutar esa reorganización desde el lugar del espectador, y no desde el poder como en otros tiempos, donde quizá ésta se hacía con mayor comodidad. En este sentido tiene el reto de establecer un proyecto claro de organización interna, y un horizonte de partido, el cual a pesar de que está establecido dentro de sus estatutos, parece haberse perdido. Como muestra de estas contradicciones se observa el reciente conflicto con la toma de las instalaciones del partido en la Ciudad de México por Nallely Gutiérrez Guijón y simpatizantes en la etapa previa a las elecciones. Quienes acusaron prácticas de clientelismo, corrupción, cercanía al morenismo, entre otras situaciones.

En este escenario, habrá quien señale de forma optimista que el voto masivo a Morena no tuvo las mismas dimensiones que en 2018, y que esa situación puede ser una bocanada de aire para el priismo, lo cierto es que los números dicen otra cosa, puesto que el PAN es la segunda fuerza, y partidos como el Verde han logrado mayor posicionamiento, o como en el caso de Movimiento Ciudadano, ha logrado triunfos en estados de peso como lo es Nuevo León, lo que significa que la confianza dentro del partido de la revolución sigue mermada, y ésta ha sido depositada en la oposición.

En este tenor habría que preguntarse ¿cuál es uno de los puntos que debe resolver el priismo para volver a figurar en el plano político? La respuesta se encuentra más allá de la conciliación de los dirigentes, de la élite del partido, para formar un bloque sólido y volverse un contrapeso importante. La concordancia de los dirigentes deja de ser una solución si se siguen observando añejas prácticas de rotación de poder, como se puede ver en su principal bastión: el Estado de México, donde la circulación del poder se ha dado entre los lazos familiares en la gubernatura, véase la línea parental de Montiel, Peña, y del Mazo, entre otros. Situación que se ha reflejado en los cacicazgos locales, donde mismos actores han circundado las presidencias municipales, pasado por las diputaciones locales y federales, volviendo a repetir cargos, o cediéndolos a familiares.

Lo que necesita el partido es la incorporación de sus militantes, de una verdadera integración para participación política, dejando de lado la visión utilitarista de los tiempos electorales. Esto permitiría una transición a una democratización interna. En este sentido, el dialogo tiene que ser entre los militantes y los dirigentes, en un juego de ida y vuelta, y ya no sólo entre las élites, quienes sólo recurren a los militantes y simpatizantes para solicitar el voto. Si bien no se trata de copiar formulas, tiene que haber una conciliación con el ciudadano a pie, así como la cesión de prebendas y la incorporación de nuevos cuadros generacionales que refresquen el escenario ideológico y la lucha social, y que además de verlo reflejado en un programa, pueda ser aplicado a través de los puestos públicos. En este tenor, uno de los problemas del partido, parece ser el inmovilismo que alcanzo entre sus participantes. Al final, el partido no sólo está marcado por la corrupción, sino también por el nepotismo y la apropiación del partido, desconociendo el proceso de génesis, la participación de las clases populares.

Al final, más allá de la simpatía o de la antipatía que puede haber hacía el partido de la revolución, es interesante plantearse interrogantes sobre su continuidad, toda vez que la revisión da cuenta de cómo se desenvuelven los actores en el tablero nacional, además, y quizá más importante, es que el sistema de partidos permite el juego democrático.