OPINION

Los fanatismos que nos acechan

Columna de opinión de Bulmaro PachecoCréditos: TRIBUNA
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Las acusaciones de traición a la patria que hacen el Presidente de la República y su partido contra los 223 legisladores que votaron en contra de la reforma Constitucional en materia energética, significa una regresión política en materia de libertades que no veíamos en México desde los sesenta del siglo pasado cuando cualquier disidencia política era achacada a conspiraciones internacionales —de tipo comunista, se decía—para acallar la crítica y negar que algo anduviera mal.

Al parecer de poco ha servido la evolución política y jurídica de México, el sistema de libertades y los avances en materia educativa.

Años ha, vivimos tiempos de fanatismos religiosos y políticos que normalmente se traducían en conflictos violentos o protestas ruidosas. Los mexicanos pagaron caro esos conflictos que poco a poco y con la modernización del país se fueron diluyendo.

Ahora y con la llegada al poder de un grupo místico-político de Morena, han surgido nuevos fanatismos con una diferencia con el pasado: de que ahora son estimulados desde el poder.

La primera característica del nuevo fanatismo provocado por la alternancia morenista en el poder, es negar toda falla o error en la conducción de sus gobiernos. Para ellos todo está bien, son lo más cercano a la perfección que haya llegado al poder!

No se les puede señalar que están fallando en sus políticas, porque de inmediato acusan de conservadores o refractarios al cambio a los críticos, o acuden al gastado expediente de echarle la culpa de todo al pasado. Como llegaron al poder con un buen número de votos, se empaparon de una legitimidad que con el tiempo se ha ido diluyendo y creen que todavía la tienen, quizá ignoran que la han ido perdiendo gradualmente por culpa de las pifias en la conducción de los asuntos de gobierno y por la falta de resultados concretos en los principales problemas nacionales.

Ponen las teorías de la conspiración por encima cualquier crítica. Con eso eluden las nuevas realidades que a cada rato los sorprenden y se abandonan a la autocomplacencia de decir; “Nos costó mucho llegar y tenemos derecho a hacer lo que nos plazca pésele a quien le pese” faltaba más. Y vienen las justificaciones:

“Aquellos que se oponen a los cambios y resisten criticando y señalando todo lo que hace el gobierno, lo hacen por que no se resignan el haber perdido el poder”.

Ningún problema existe para ellos, que llegaron ofreciendo un cambio radical, la oferta de que todo iba a ser diferente y de que ya nada sería como en el pasado; ese pasado, el favorito como pretexto de la ineficacia y las pifias de la improvisación y falta de oficio político.

¿La violencia que nos asuela? Es heredada. De los peores momentos del gobierno de Felipe Calderón, nos dicen

¿La pobreza? Es culpa de los gobiernos neoliberales, que nunca hicieron nada para remediarla porque gobernaron para una élite, machacan.

¿La salud? Los gobiernos anteriores dejaron tirado el sistema de salud (aunque ahora no le encuentren la cuadratura al círculo y vayan de fracaso en fracaso, sobre todo con ese fantasma llamado INSABI).

¿La escasez de medicamentos? Por la corrupción en las licitaciones anteriores, explican, ¡aunque no han denunciado a nadie todavía!

¿La falta de diálogo? Para qué. No hay necesidad. No hay coincidencias entre el llamado “pensamiento único morenista”, —esa particular concepción de la nueva realidad que acomoda a sus intereses y las tratan de inculcar—con las oposiciones que han sido marginadas.

Se trata de un fanatismo cargado de ideología, donde el villano favorito es el “neoliberalismo”, convertido en el marco teórico favorito que les simplifica la realidad —no piensan más— y les ayuda a explicar todas las desgracias nacionales habidas y por haber, desde el desarrollo económico hasta los cambios políticos ocurridos en las últimas décadas. Se parecen mucho a lo que en su momento Lenin sentenciara: “el izquierdismo como una enfermedad infantil del comunismo”.

¿Y la historia? Ellos construyen su propia historia, su propia narrativa. La historia para ellos es el maniqueísmo de buenos contra malos. Los buenos —con los que sueñan identificarse, off course— son aquellos que a su juicio encabezaron las grandes transformaciones nacionales: Benito Juárez, los hermanos Flores Magón, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. No les da para más.

¿Y Venustiano Carranza (el creador de la Constitución de 1917)? ¿Y Álvaro Obregón (el creador del nuevo Ejército mexicano)? ¿Y Plutarco Elías Calles (el que sentó las bases del nuevo estado mexicano)? Esos personajes no cuentan. Para ellos ni sus luces, en su particular interpretación de la historia, porque los han enviado al ostracismo. No existen en sus conmemoraciones ni en sus celebraciones oficiales y quisieran borrarlos del mapa, como le han hecho con otras expresiones.

Acusan al gobierno de Miguel de La Madrid de haber iniciado la época “neoliberal”, de 1982 en adelante. Para ellos se trata de todo un ciclo de la historia mexicana que siguió hasta Enrique Peña Nieto. Todo fue negativo, todo estuvo mal en esos años: ¿Y las reformas que contribuyeron a pacificar el país y a ampliar la representación política? ¿Y la creación del INE, el tribunal electoral, el tratado de libre comercio y la reforma de la Corte?¿Y los indicadores en materia de infraestructura, cobertura de salud y educación logradas en las últimas décadas? Les pasaron de noche.

Los nuevos fanáticos distan de ser originales. Recrean pasajes de sus propias historias y a cada rato reflejan las contradicciones que los han llevado por la vida y sus vaivenes políticos.

Como la mayoría proviene de aventuras políticas, saltos al vacío, transfuguismo apalabrado, intercambio de favores y otros vicios, han batallado para adaptarse y tratar de bailar al son que les toca la llamada cuarta transformación, en su idea de consolidarse como una corriente variopinta de pensamiento político en México más allá del sexenio.

Quieren su propia teoría, sus propias elaboraciones, pero no saben cómo, y no terminan por ponerse de acuerdo con tanto pleito, tantas diferencias internas y —para variar— con una descarnada lucha por el poder hacia el 2024; ya adelantada por su jefe e ideólogo mayor.

La mayoría de ellos no saben lo que significa cuarta transformación ni creemos que les importe. A lo más, se apegan al cliché definido por su inventor: “No robar, no mentir y no traicionar al pueblo”. Pero mientras lo dicen, roban, mienten y saturan de intereses y parientes al sector público en todos los niveles.

Insistimos: Los recientes acontecimientos de acusar de “traición a la patria” a los legisladores que votaron en contra de la reforma eléctrica y amenazarlos con quemarlos vivos ante la sociedad, así como entablar una demanda penal contra 223 diputados, es solo el símbolo ldel desquiciamiento y descomposición a que han llegado los fanáticos —esos nuevos fanáticos que solo creen en ellos y sus propios intereses de corto plazo—, y que a cada rato nos acechan con el agotado cliché de la llamada “cuarta transformación”.

Cuidado con ellos.

bulmarop@gmail.com