“Pancho” Alcántar fue un hombre apasionado. Varias fueron las pasiones que siempre orientaron su vida: En primer lugar, su pueblo, Huatabampo, al que amaba profundamente; la política —con vocación y acción— que practicó hasta el final de su vida; su gran amor por una mujer durante más de 45 años; su pasión por la pulcritud, la limpieza, la expresión correcta y la buena educación para tratar a los demás; y, sobre todo, el arreglo personal que lo distinguió hasta su muerte, ocurrida la semana pasada. Había nacido en Huatabampo un 27 de diciembre de 1952.
En la última etapa de su vida, ya residiendo en su pueblo, se emocionaba con cada tema que discutía con su amigo de muchos años, Pedro Pacheco, en la radio del pueblo. Sabiendo de su formación, amplios conocimientos y su honestidad, Pedro no escatimaba espacios de colaboración con “Pancho”, seguro de que era un tipo respetuoso y correcto a la hora de expresarse, sin fanatismos ni radicalismos y con argumentos sólidos que muy pocos lograban rebatirle.
“Pancho” señalaba injusticias, denunciaba problemas, apuntaba situaciones y personas, y elaboraba críticas para el momento y las circunstancias que le tocaron experimentar en vida y en su larga carrera partidista y en el gobierno estatal, a los que sirvió incondicionalmente con honestidad.
Con frecuencia recordaba y citaba pasajes de la historia y hacía observaciones muy precisas sobre la situación política de México, de Sonora y su propio pueblo, con objetividad y conocimiento. Por eso se le respetó y se le valoró hasta el último día de su existencia.
Decidió regresar a Huatabampo después de pensionarse del gobierno estatal tras una larga carrera de servicio público en la capital del estado. Quería convivir más con su familia, recorrer los barrios de Huatabampo y platicar con sus amigos. Siento que lo hizo muy bien.
Fue en la presidencia de Samuel Ocaña en el PRI cuando “Pancho” llegó a trabajar ahí en el edificio ubicado frente al Parque Madero. Y fue el gobernador Rodolfo Félix Valdés el que lo incorporó a tareas en el Gobierno del Estado con una plaza de base y cotizando al Isssteson —que conservó hasta su jubilación. “Véngase a trabajar con nosotros al gobierno”, le dijo Don Rodolfo una tarde, posterior a las elecciones, y reconociendo su honestidad —“Siempre regresaba intacto el cambio cuando se le encomendaba alguna compra y no tenía empacho en sumarse a servir en cualquier labor que se le señalara a falta del personal responsable”—su inteligencia natural, iniciativa, vocación de servicio y disposición para el trabajo más allá de los horarios normales.
Hijo de la recordada María Dolores Fuentes Barreras (fallecida en 1965 a los 37 años cuando Pancho andaba en los 13 ) y de Juan Alcántar Álvarez, matancero de la cuadra del Chato García. “Pancho” vivió su infancia en la humilde casa de adobe que habían construido sus padres en la esquina de 5 de Mayo y Matamoros, en la cabecera municipal, en un amplio solar rodeado de pinos llorones que le daban una imagen especial a ese barrio, y donde también se ubicaron los hermanos de Dolores: Rafael—que cumplirá 92 en noviembre—, Ramón y Francisco (“Chico loco”)
Muerta su madre, y separados de su padre, los hijos tuvieron que enfrentar la vida sin mayores herramientas que el coraje de vivir en plena orfandad con Juan, el mayor a la cabeza con 16 años cumplidos.
Juan el mayor se dedicó a lavar carros y aplicarles cera por más de 50 años hasta llegar a ser el mejor y más profesional del pueblo. Hacía rifas para complementar el ingreso. Murió en 2019. Jesús vendió revistas y periódicos y pondría después un puesto de refrescos en el mercado municipal. Los siguientes David inocente,Rosario y Francisco—el menor de los hombres— dependieron por un tiempo de los hermanos mayores.
La familia tuvo buenos vecinos: los Quiroz Alcántar, descendientes de doña María Alcantar Ortega y Donato Quiroz Jáuregui. Ella proveniente de El Fuerte y él de Choix, Sinaloa. También vivieron en ese barrio los descendientes de Daniel Ochoa; la familia integrada por Honorato Blanco y María Velarde Campos; así como la familia de Manuel (“Cumichi”) Mendívil Bórquez (de Jerocoa) y doña María Luz Valenzuela Cantú.
Era un barrio ruidoso, alegre y creativo donde también se habían establecido con el tiempo Rafael Rojas y Alicia Zazueta, doña Luz Vega León y Don Arturo Rosas Montiel (la casa de las naranjitas y la buena música); la familia del Huilo y el “Pony López Moroyoqui”, que después emigraron a Agiabampo; Reynaldo García y Rómula Urías, su hermano Ramón “Chato” y doña Cruz Nieblas Urías ; la familia de “Chemalón” y Filiberto Núñez; doña Lupe Yocupicio —la rezandera del barrio— y su esposo don Chano Carlón, quien tocara durante muchos años la tuba con la banda Los Hermanos Guzmán.
Orientada hacia la casa de los Alcántar estaba la panadería de don José García Acosta; las casas de doña Enedina González Arriola, Erasto Alcorcha; la familia García del Real, con doña “Chayo” al frente; doña “Trini”, madre de Clemente (Chitongo) Yocupicio; los Zazueta con Don Lupe haciendo rifas y doña “Tacha”, la de los mejores raspados.
Un barrio donde se podía encontrar leche fresca, con doña María Luz; tortillas recién hechas, con Ricardo Kameta; pan recién horneado, en “La Paloma”, con don José; comestibles, en una tienda medianamente surtida con Rafael Rojas —que también tenía otra en el mercado municipal—. Las verduras se adquirían con las vendedoras ambulantes que bajaban de los pueblos cercanos al río Mayo, y con las hermanas de Joaquín Ibarra; carne de res, con los García; y chicharrones, con los Salvatierra, a diario frente a la escuela primaria Club de Leones.
Vi a “Pancho” por última vez el sábado 11 de mayo. Me avisaron que estaba enfermo. Ya lo había notado por sus dificultades de la voz el entrar a colaborar en la radio del pueblo, pero nunca pensé que fuera algo tan grave como el cáncer, ya disperso en la mayor parte de su cuerpo. Me recibió con alegría, expresada con la mirada porque ya no podía hablar, solo gestos y un gran cuaderno de notas a un lado del sofá para comunicarse por escrito . De inmediato empezó a escribir para solicitar atención de parte del Isssteson por lo avanzado de su enfermedad, y para que lo comunicara con sus viejos amigos, a los que constantemente citaba en sus comentarios.
Sentí una gran tristeza al verlo mal y agotado.“Pancho” podía escuchar y solo pude expresarle algunas palabras de aliento que, según vi, ya no las registraba completas. Anotó saludos para Murillo y Javier Hernández, sugiriendo que se los diera en su nombre. Murió el pasado miércoles 22 de mayo dejando una gran tristeza entre sus amigos y familiares. Murió un hombre bueno, leal hasta la muerte y muy servicial. “Al único que le podrías confiar las llaves de tu casa” sostiene uno de sus mejores amigos. Su tumba en el panteón viejo de Huatabampo quedó muy cerca —ironías de la muerte—de su admirado General Obregón. Descanse en Paz el Gran Pancho Alcántar Fuentes, hombre de grandes pasiones, y mejores ideas.
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