OPINIÓN

Los Mirreyes de Sonora

La Tertulia Polaca

Aarón Tapia, columnistaCréditos: Tribuna
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En nuestro estado existe una creciente subcultura superflua importada del centro del país: la de los mirreyes. Mirrey, es un término que se acuñó desde la década antepasada en la Ciudad de México entre jóvenes de la élite social de algunos acaudalados descendientes de migración libanesa, pero poco a poco se fue esparciendo este adjetivo en todo el círculo de las altas esferas sociales y se terminó popularizando con el libro Mirreynato de Ricardo Raphael.

Se asumen como seres humanos superiores al resto de los mortales. En una explicación más coloquial, podríamos decir que el mirrey “millenial” es la evolución del junior de la generación X; y en la diferencia generacional se encuentra que el primero es mucho más ostentoso, exhibicionista, narcisista y machista; es un mamón “cool” y se jacta de ello.

La adopción de este estilo de vida en nuestro estado no es para causarnos gran sorpresa, dada la gran fascinación que nuestra sociedad le tiene al consumismo, a su exposición y presunción, y en contraparte, el ínfimo interés hacia la cultura. Es decir, somos seducidos por los espejismos de las formas y por la fobia de los fondos de pensamientos.

Lo cual se convierte en tierra fértil para la proliferación de esta subcultura clasista. El mirrey es preso de su limitado universo cultural y de los aprendizajes adquiridos a través de ejemplos en su entorno familiar y social, donde se ostenta un poder de impunidad que es resguardado y reafirmado por sus escoltas (wuarros, como ellos los llaman).

Nos encontramos frente a una descomposición social, donde se están creando mentes perversamente torcidas, en las cuales parece no existir límites de ninguna índole, porque no conocen los castigos, ni de las autoridades públicas, ni de sus padres.

Ya se han dado otros casos alarmantes en Hermosillo, en los que mirreyes han incurrido en graves acciones de violencia a personas que simplemente les han desagradado y sintiéndose intocables estallan con prepotencia. Los mirreyes continúan apartados de la acción de la justicia porque los actos de corrupción que dieron origen a la fortuna de muchos de sus padres han quedado perdonados.

A los mirreyes la amnistía les aburre porque están acostumbrados a ella; tampoco les preocupan los derechos humanos porque los suyos, pase lo que pase, siempre están a salvo.

Los mirreyes viven de fiesta permanente porque no han sido siquiera rozados por los vientos de la transformación.

¿Por qué jóvenes que aparentemente tienen todo para ser gente de bien se comportan como criminales? Es porque precisamente los hacen creer en la fantasía de que lo tienen todo, pero con lo único que cuentan es solo con la capacidad de consumo y estatus social.

Detrás de las fachadas que se muestran en imágenes exhibidas en Facebook, Instagram o en la sección de sociales de algún periódico o revista socialité, de una familia modelo, unida y muy feliz, existe un vacío enorme en el mirrey, que es causado por el abandono sentimental y moral de sus padres que intentan sustituir su compañía con cariños materiales.

Un abandono que inicia desde muy temprana edad y con prácticas aparentemente insignificantes y de lo más normal entre la clase pudiente, como por ejemplo: cuando en una piñata no es la madre quien les atiende, ni está al pendiente de ellos, sino quien asume esta tarea fundamental de la madre es la empleada doméstica, “la muchacha” (como ellos les llaman cosificándolas consciente o inconscientemente), mientras la madre se encuentra muy ocupada en la profundidad frívola de temas variados como: opinando cuál ha sido la mejor boda del año en la ciudad, explicando donde compró y a que precio su bolsa Louis Vuitton o cuál será su lujoso destino en las próximas vacaciones.

Por otra parte el padre con el pretexto de darle lo mejor a su familia, se encuentra mucho más preocupado por su crecimiento económico, que por el bienestar emocional y psicológico de su hijo(s).

El distinguido psicólogo alemán Erik Erikson sostiene que las personas desarrollan su personalidad predominantemente entre los 0 y 7 años de edad.

Entonces, ¿qué sentirán y que sentimientos de frustración y de vacío desarrollarán los niños educados o más bien mal educados bajo estos valores? Los resultados saltan estrepitosamente a la vista: necesidad de atención, identidad existencial ausente, inseguridad. Los desfogues: consumismo, prepotencia, violencia, exhibicionismo.

Con todo este legado que reciben los mirreyes, aseguran el éxito en su micromundo somero con abundancia de máscaras donde se ponderan los intereses antes que los sentimientos, una perpetuación de las apariencias y desdén a la sociedad que no pertenece a su reducido círculo.

Pero al final del día, su eterno acompañante, el infernal vacío existencial siempre a su lado para recordarle que es un don nadie y la errónea y acomplejada recomendación de siempre: apagar la luz de otro para que brille la de el.